La congregación de los Hermanitos de Jesús se inició el 8 de septiembre de 1933, en la basílica del Sagrado Corazón en Montmartre, París, con la profesión religiosa de 6 jóvenes franceses, entre ellos René Voillaume, que decidieron seguir la vida de Charles de Foucauld quien seguía el Evangelio como su propio modo de vida, instalando su primera casa en el Sahara. Hoy son 250 hermanos en 45 países.
Tras la Segunda Guerra Mundial en 1947, los hermanos deciden aproximarse más a la gente e irse a vivir a pequeñas poblaciones, así fruto de ese acercamiento realizan como ellos mismos explican “una vida cotidiana normal, hecha de relaciones, de trabajo asalariado… Sobre todo con aquellos que no cuentan demasiado en nuestra sociedad, sufriendo como todos el paro o la precariedad del trabajo, juntos en una misma lucha, en un mismo combate por la vida.”
Los Hermanitos de Jesús llegaron a Farlete en 1956, ya que se necesitaba un nuevo lugar de formación, un noviciado, porque en Algeria se estaba complicando su estancia debido a las guerrillas. Se buscó un lugar desierto, en soledad, para llevar un modo de vida austero. Los Monegros se encuadran perfectamente en esta definición y además, eran bien conocidos por un hermano que había sido brigadista internacional durante la Guerra Civil, y propuso cambiar el desierto del Sahara, por este aragonés. En Farlete se les ofreció la casa del Santuario de Nuestra Señora de la Sabina, donde vivieron 15 hermanitos en el momento de su fundación.
Al principio los novicios llevaban hábitos, para identificarse ante la población, pero con el tiempo fue cambiando y empezaron a fusionarse con el resto. Ya que el cambio espiritual se adapta a la situación de trabajo. Además, decidieron acondicionar nuevas zonas de habitación en las cuevas junto a la ermita de San Caprasio, para hacer retiros espirituales individuales, cada una de ellas dedicada a un santo Elías, San Juan Bautista, María Magdalena y Santiago.
En la actualidad viven en Farlete dos de estos hermanitos, Ramón (en realidad Raymond) y Enrique, que llegaron a tierras monegrinas en 1973 y 1980 respectivamente. Trabajaron para la unidad del pueblo, ayudando en los lugares donde hicieran falta, sacando piedra, en granjas de cerdos y ovejas, también como aguadores, compaginando el trabajo manual con su labor espiritual. Además, de realizar distintos trabajos artesanales como pintura, carpintería, repoblación forestal e incluso zapatería.
Lo que más les satisface a ellos de su trabajo en la localidad es el contacto con la gente y la confianza que ello conlleva: a Ramón el estar con la gente mayor, tener una relación abierta con la gente del pueblo, que les dejen entrar en las casas y ser partícipes de las celebraciones familiares que allí ocurren. Mientras que, Enrique recuerda de buen agrado las clases de guitarra, los festivales y salir a la calle. Crearon el taller “guitarra amiga”, para poder aprender a tocar la guitarra y crear un grupo de convivencia. Otro foco de vivencia comunitaria fue la coral y el grupo de jota que llegó a tener 45 miembros. Su labor también estuvo vinculada a ayudar a los estudiantes que iban más rezagados con el francés, ya que es la lengua materna de la orden y de Ramón nacido en Francia, mientras que Enrique procede de Barcelona.
La parte más amarga que ellos observan con esos ojos llenos de vivencias, es el problema de la despoblación que acecha constantemente, así como el mito que se ha creado sobre la comarca como lugar inóspito para vivir.